viernes, 6 de marzo de 2009

Los peligros del teléfono

El arte de escribir cartas, una de las tantas costumbres sociales que se imponían en los tiempos en que las reglas de urbanidad eran conocidas y respetadas por todas aquellas personas que se preciaran de ser bien educadas, fue cayendo en desuso hasta llegar casi a desaparecer, y esto por diferentes motivos, entre los que no es el menor la invención del teléfono.

Voy a transcribir a continuación unos párrafos extraídos de “Historia de la cortesía –de 1789 a nuestros días”, de Frédéric Rouvillois, pues no solo me hizo gracia el texto sino que, a medida que lo leía, no podía dejar de pensar en los teléfonos celulares (móviles) y en los SMS (además de otros inventos que han modificado nuestras vidas para siempre, no siempre para bien).

Dice Rouvillois:
Estas reglas minuciosas [las de la correspondencia], ora obligatorias, ora poéticas, están sin embargo, hacia fines del siglo XIX, gravemente amenazadas por una gran innovación tecnológica, cuyas consecuencias el gran dramaturgo Jules Clarétie intenta imaginar no sin espanto: el teléfono. “Sé bien, escribe en 1880 en “La Vie à Paris) [La vida en París], que vivimos en un siglo en el que la ciencia marcha a pasos gigantescos; sé bien que es perfectamente ridículo opinar contrariamente a lo común a propósito de los nuevos inventos; eso está fuera de moda. [...] Pero creo que está permitido preguntarse qué modificaciones formidables traerá el progreso en nuestras costumbres, nuestra manera de decir, de sentir, hasta de pensar, y veo y preveo, a partir de hoy, por ejemplo, en la instalación de teléfonos y el uso de telegramas, la pérdida de todo un arte delicado y encantador, profundamente francés: el arte epistolar, esa conversación con la pluma en la mano.”
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”Es evidente que cuando se pueda conversar de un extremo al otro de París sin salir de su gabinete, el papel de cartas será perfectamente inútil. Aseguran que ya hay doscientos o trescientos teléfonos instalados alrededor de nosotros; son ochocientas o novecientas personas que pueden, hasta cierto punto, dejar su tintero vacío. Cuando tengamos dos o tres mil teléfonos surcando París, adiós la querida charla por carta: la gran ciudad parecerá una vasta asamblea de gente atacada de sordera e inclinada, de la mañana a la noche, sobre su tubo acústico. [...] Invención admirable, no lo niego, y de una utilidad vociferante, dicho sea sin juego de palabras [...]. Pero no dejo de persistir en la creencia de que, si la conversación gana, el arte epistolar y la simple urbanidad perderán.”

Para él, la correspondencia no será la única víctima de esas invenciones.“¿Para qué las visitas, por ejemplo, con el teléfono? Un simple deseo a través del espacio: ‘¿Estás bien? –¡Muy bien, gracias!’ Está todo dicho. El instrumento queda otra vez silencioso y la cortesía ha sido hecha.” Está hecha sin que haya sido necesario vestirse, desplazarse, saludarse, someterse a los ritos exigidos por la visita y sin tener tampoco, en reciprocidad, que verse obligado a recibir la visita de la persona en cuestión. Todo se acelera, ya no se pierde más tiempo.
De todos modos, estima Jules Clarétie, es sobre todo “el arte bien francés y bien femenino de la correspondencia” que está en peligro a causa del teléfono y, sobre todo, por el telégrafo y los deplorables hábitos que proporciona.“El telegrama es a la vez el sucedáneo y el flagelo de la carta [...]. El telégrafo es al arte epistolar lo que el reportaje a la literatura. Lo activa y lo suprime. No hace falta un gran estilo para contener una comunicación cualquiera en veinte palabras. Los adjetivos se vuelven inútiles, los epítetos pintorescos son molestos y costosos. Se reemplaza por el lenguaje infantil de negros esta clara y brillante lengua francesa, que cuenta justamente con obras de arte exquisitas en este género y en este arte tan especial. ¿Quién sabe en verdad si tendríamos la correspondencia de Madame de Sévigné suponiendo que el telégrafo hubiera sido inventado en tiempo de Luis XIV?” En definitiva, aun si es inútil lamentarse, “el telégrafo suprimirá a la larga –eso es bien seguro– todo un género literario”, y toda una vertiente del “savoir-vivre”: “No hay nada que decir a esto y nada que hacer. El mundo marcha y nadie lo detendrá”.
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En fin, toda esta reflexión de un hombre decimonónico acerca de los cambios que se avecinaban en las formas de comunicación a raíz de los, por entonces, nuevos inventos, me hizo pensar a mí unas cuantas cosas relacionadas con los actuales medios de intercambio: los correos electrónicos, el chat, los SMS, etc.

Últimamente he recibido mensajes de amigos, que tuve que leer tres o cuatro veces antes de poder decodificarlos, y en algún caso ni siquiera así llegué a hacerlo. ¡Y eran de amigos! Peor todavía me sentí cuando una “encargada” de algo respondió “oficialmente” a mi pedido de asesoramiento –realizado por correo electrónico– en lenguaje SMS. La verdad es que me pareció una total falta de respeto, e inmediatamente me dije que ya no me interesaban los servicios que pudiera prestarme esa empresa, ni siquiera regalados.

Pero por lo visto, a eso vamos.
No sé qué pensará usted.

domingo, 1 de marzo de 2009

La niña que silenció al mundo durante 6'32''

Severn Suzuki.
(Mis palabras huelgan...)

Método para la educación de un joven, según Simón Bolívar

¡Qué barbaridad!, tengo descuidado a mi pobrecito blog...
Hace rato que quiero colgar esta nota, relacionada con la educación de los jóvenes, y acabo de encontrar el momento para hacerlo.

Se trata del memorial de indicaciones que Simón Bolívar dio al director de un colegio de Norteamérica donde estudiaba su sobrino, Fernando Bolívar, las cuales constan al comienzo del libro Cartas de Lord Chesterfield a su hijo (Editorial Diana, México, 1949).

Y quiero transmitirlas desde aquí pues considero que, aunque fueron escritas hace casi dos siglos, son de absoluta actualidad.

Así que, como no he de ser yo quien le enmiende la plana la plana a Bolívar, aquí van:
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Método que se debe seguir
en la educación
de mi sobrino Fernando Bolívar

La educación de los niños debe ser siempre adecuada a su edad, inclinaciones, genio, y temperamento.

Teniendo mi sobrino más de doce años, deberá aplicársele a aprender los idiomas modernos, sin descuidar el suyo. Los idiomas muertos deben estudiarse después de poseer los vivos.

La geografía y cosmografía debe ser de los primeros conocimientos que haya de adquirir un joven.

La historia, a semejanza de los idiomas, debe principiarse a aprender por la contemporánea, para ir remontando por grados hasta llegar a los tiempos oscuros de la fábula.

Jamás es demasiado temprano para el conocimiento de las ciencias exactas, porque ellas nos enseñan el análisis en todo, pasando de lo conocido a lo desconocido, y por ese medio aprendemos a pensar y a raciocinar con lógica.

Mas debe tenerse presente la capacidad del alumno para el cálculo, pues no todos son igualmente aptos para las matemáticas.

Generalmente todos pueden aprender la geometría y comprenderla; pero no sucede lo mismo con el álgebra y el cálculo integral y diferencial.

La memoria demasiado pronta, siempre es una facultad brillante; pero redunda en detrimento de la comprensión; así es que al niño que demuestra demasiada facilidad para retener sus lecciones de memoria, deberá enseñársele aquellas cosas que lo obliguen a meditar, como resolver problemas y poner ecuaciones; viceversa, a los lentos de retentiva, deberá enseñárseles a aprender de memoria y a recitar las composiciones escogidas de los grandes poetas; tanto la memoria como el cálculo, están sujetos a fortalecerse por el ejercicio.

La memoria debe ejercitarse cuanto sea posible; pero jamás fatigarla hasta debilitarla.

La estadística es un estudio necesario en los tiempos que atravesamos, y deseo que la aprenda mi sobrino.

Con preferencia se le instruirá en la mecánica y ciencia del ingeniero civil, pero no contra su voluntad, si no tiene inclinación a esos estudios.

La música no es preciso que la aprenda, sino en el caso de que tenga pasión por ese arte; pero sí debe poseer aunque sean rudimentos del dibujo lineal, de la astronomía, química y botánica, profundizando más o menos en esas ciencias según su inclinación o gusto por alguna de ellas.

La enseñanza de las buenas costumbres o hábitos sociales es tan esencial como la instrucción; por eso debe tenerse especial cuidado en que aprenda en las cartas de lord Chesterfield a su hijo, los principios y modales de un caballero.

La moral en máximas religiosas y en la práctica conservadora de la salud y de la vida, es una enseñanza que ningún maestro puede descuidar.

El derecho romano, como base de la legislación universal, debe estudiarlo.

Siendo muy difícil apreciar donde termina el arte y principia la ciencia, si su inclinación lo decide a aprender algún arte ú oficio yo lo celebraría, pues abundan entre nosotros médicos y abogados, pero nos faltan buenos mecánicos y agricultores que son los que el país necesita para adelantar en prosperidad y bienestar.

El baile, que es la poesía del movimiento y que da la gracia y la soltura a la persona, a la vez que es un ejercicio higiénico en climas templados, deberá practicarlo si es de su gusto.

Sobre todo, recomiendo a usted inspirarle el gusto por la sociedad culta donde el bello sexo ejerce su benéfico influjo; y ese respeto a los hombres de edad, saber y posición social, que hace a la juventud encantadora, asociándola a las esperanzas del porvenir.